Documento
de análisis del grupo Iniciativa de Clase
Más allá de lo que los voceros del capital
pretendan vendernos como buena nueva de un supuesto ciclo de recuperación
económica –plagado de incertidumbres, riesgos y amenazas según los más
inteligentes partidarios de este sistema de dominación económica-, lo cierto es
que la clase trabajadora en los países centrales del capitalismo ha conocido
muchas más derrotas que victorias en este período.
Son muchos los factores que explican estas
derrotas. Entre ellas cabe citar el hundimiento del llamado socialismo real,
que puso en jaque a la misma idea de progreso, la asunción por las izquierdas
de la sociedad de mercado como horizonte político-económico, la adquisición por
parte de casi todas las izquierdas y por la mayor parte del sindicalismo de un
pensamiento, un discurso y una práctica ajenas a sus propios valores, la
ideología individualista del ciudadano-consumidor como caballo de Troya de la
idea de clase en tanto que proyecto colectivo, la incapacidad de crear una recuperación
de los valores de una izquierda revolucionaria desde el alternativismo
(profunda pero inconfesamente reformista) o la incompetencia teórico-práctica
de los segmentos de la izquierda dogmática y sectaria. Como elemento material y objetivo de la praxis
política, el debilitamiento de los Estados al que han contribuido los distintos
gobiernos liberales y conservadores, social-liberales y liberal-progresistas
aprobando leyes que permitían su pérdida de control sobre la actividad
económica, favoreciendo la desregulación del capitalismo internacional, no sólo
del financiero sino también del comercio y la producción, y dando muerte al
Estado del Bienestar.
Las palabras del recién proclamado Rey de Holanda,
Guillermo Alejandro, en la apertura oficial del año parlamentario son
premonitorias al respecto de ese agonizante Estado del Bienestar, al declarar
en su discurso la sustitución del “clásico estado de bienestar de
la segunda mitad del siglo XX por una sociedad participativa”
Y continua el monarca, afirmando que “cada
holandés debe adaptarse a los cambios que se avecinan”… “El paso hacia una
sociedad participativa es particularmente notable en la seguridad social y en
los que necesiten cuidados de larga duración. Es precisamente en esos sectores
donde el clásico Estado del bienestar de la segunda mitad del siglo XX ha
producido sistemas que en su forma actual ni son sostenibles ni están adaptados
a las expectativas de los ciudadanos”. Guillermo Alejandro, que hablaba por
boca del gobierno de coalición holandés liberal-socialdemócrata, podría haber
sido aún más crudo pero es suficientemente claro, al menos para quienes quieran
entender lo que se avecina en todos los países centrales del capitalismo. Las
reformas y recortes, que en Holanda, serán de 6.000 millones de euros más sobre
lo ya recortado, no son medidas provisionales, más tarde reversibles, una vez
superada la crisis capitalista. Son definitivas y se ahondarán hasta dualizar
la sociedad entre poseedores y desposeídos, entre trabajador@s y parados, por
un lado, y empresarios por otro. La crisis, lejos de amainar, dará lugar a un
período de estancamiento, con crecimientos 0 o raquíticos, altas tasas de
desempleo y pobreza. Esta crisis capitalista ha demostrado la compatibilidad,
de momento, de beneficios empresariales y financieros junto con el
empobrecimiento social. Ello se está logrando mediante el descenso de los costes
salariales, las ayudas públicas a la empresa y a la banca y el descenso de la
contribución de las grandes fortunas y las empresas al sostenimiento del Estado
social.
Es llamativo que este anuncio se haya realizado en
un país que ha sido uno de los primeros en impulsar el Estado social, tras los
acuerdos de Bretton Woods, y de llevarlo hasta una extensión que jamás alcanzó
en los países mediterráneos. Y es significativo que dos días después de su
anuncio, Guillermo Alejandro visite España, donde sin duda transmitirá a Juan
Carlos I y a parte de l@s polític@s español@s los dictados de las grandes
corporaciones europeas sobre el fin de un modelo de Estado.
Como Dante en “La divina comedia”, podemos decir
aquello de “Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza” a las
puertas del infierno del retorno al auténtico capitalismo, el liberal.
Mientras tanto, allá donde gobiernan, las
“izquierdas reformistas”, admitan serlo o no, se hacen el harakiri, como último
homenaje destructor de lo que un día contribuyeron a erigir haciendo que el
edificio caiga y ellos sucumban con él. El resto de las izquierdas que no son
cómplices sorprenden por su impotencia, irrelevancia e incompetencia para
dirigir la protesta social hacia un enfrentamiento directo y claro con el
Estado capitalista y especialmente con la clase a la que éste representa. No
debe sorprendernos, en consecuencia, que la sociedad europea esté girando
políticamente hacia el fascismo, que canaliza la rabia social hacia derroteros
históricamente conocidos, o hacia el empresariado, como figura salvadora, según
una encuesta encargada por la televisión nacional holandesa NOS.
Por si aún quedan dudas acerca de lo que representa
la llamada sociedad participativa con la que el gobierno holandés pretende
sustituir a su Estado del Bienestar, Guillermo Alejandro, y el gobierno
redactor de su discurso, se las aclaran: “La
gente quiere decidir por sí misma, organizar su vida y cuidar unos de otros”.
Más claro, agua. Buscaos la vida, vagos, porque a partir de ahora vuestra
supervivencia es sólo cosa vuestra. El Estado no está para sosteneros. Tan sólo
para ayudar al mundo empresarial y al capitalismo a no sucumbir y a
recuperarse. Esto es lo que están diciendo desde hace tiempo los Estados
capitalistas y sus gobiernos de la clase, se autoproclamen del color que
quieran, capitalista. Ha sido necesario que un rey obscena y descaradamente
sincero lo diga para que algun@s más entiendan lo que está pasando.
Mientras tanto, ignorantes políticos, reaccionarios y fascio-liberales confesos o en proceso, seguirán mirando al dedo (políticos) que
señala a la luna (empresarios). Es el empresariado el auténtico poder que dicta
las políticas que llevan a cabo los Estados capitalistas y sus gobiernos. Esta
convergencia de intereses se da por el hecho de que el Estado, bajo el
capitalismo, no es un espacio de poder neutro y supraclasista, que medie entre
los intereses sociales divergentes y antagónicos de las clases sociales, sino
un Estado de clase, de la clase capitalista.
En abril de 1917 escribía Lenin, parafraseando a
otro autor: "Los puestos en los
consejos de administración — escribe Jeidels — son confiados voluntariamente a
personalidades de renombre, así como a antiguos funcionarios del Estado, los
cuales pueden proporcionar no pocas facilidades (!!) en las relaciones con las
autoridades. . . en el consejo de administración de un banco importante
hallamos generalmente a un miembro del parlamento o del ayuntamiento de
Berlín" (“El imperialismo, fase superior del capitalismo”. V.I.
Ulianov). Pero muchos de los que hoy descubren, indignados, estos hechos
pretenden dar la vuelta a los mismos y proclamar que la culpa es de esos
políticos que ocupan dichos puestos en los Consejos de Administración de Bancos
y grandes corporaciones, en lugar de admitir que sólo son los facilitadores de
las órdenes que dicta el capital. En
España, el caso Bankia-Caja Madrid y los escandalosos sueldos de los
representantes políticos en ella es ilustrativo del modo en que los capitalistas
sabotearon un tipo de banca semipública (las cajas de ahorros) para destruirlas
en beneficio de una banca privada que buscaba la concentración financiera y
acabar con “el intrusismo” de unos competidores hasta entonces parcialmente
regulados. Esa es la cuestión y no otra.
Si durante un tiempo fue posible el Estado del
Bienestar es porque las izquierdas habían sido previamente fuertes y capaces de
imponer un pacto social que sería su auténtica amanita faloides, al
envenenarlas desmovilizándolas, para gestionar un Estado capitalista que no
estaba al servicio de la clase trabajadora sino de la necesidad de un consumo
industrial de masas que el Estado del Bienestar y el consumo a crédito hicieron
posibles. Una vez cazada en esa trampa la clase trabajadora, debilitada su
conciencia y su identidad y comprada la izquierda bajo el falso sueño, en
realidad pesadilla, de la cogestión con el capital, la trampa se cerró. Cuando
las tasas de beneficio del capital industrial y de los servicios empezaron a
descender, como consecuencia de la saturación de la oferta y del creciente
coste de amortización de los equipos productivos, derivados de una innovación
tecnológica por encima de las necesidades reales, se abrió el paso hacia la
desregulación de los capitales, el debilitamiento del pacto social y los
inicios de la voladura del Estado del Bienestar con Thatcher, Reagan, los
Chicago Boys y la escuela austriaca de economía.
Hoy se completa esa fase y se
cierra un período de la historia de los Estados centrales del capitalismo.
A menudo se habla del capitalismo casi como un
concepto abstracto, un tanto difuso y de fuerzas económicas casi opacas y
desconocidas. No es cierto. El capitalismo está formado por empresas,
fundamentalmente grandes y transnacionales, pero también pequeñas y medianas,
como organizaciones integradas en un sistema económico y en unas relaciones
sociales de producción concretas. Cualquier
asalariado/a que trabaje fuera de empresas de propiedad colectiva (cooperativas
y otras formas similares) o de los restos no privatizados de los servicios
públicos entenderá a qué nos referimos cuando hablamos de una empresa
capitalista y de unas relaciones sociales de producción capitalistas.
Desde hace mucho tiempo la empresa capitalista en
los países centrales de este sistema económico no era un espacio de sumisión,
temor, expectativas negativas, anomia, alienación, frustración y
sobreexplotación del trabajador/a como lo es ahora.
Es el momento de reorientar la protesta social,
extendiéndola desde la defensa de lo público, herido de muerte, hasta la
actuación en un doble frente de lucha: contra el Estado de clase del capital y
contra las propias empresas y elevando los objetivos políticos de dicha lucha
más allá de la resistencia hacia la defensa de un nuevo sistema económico que
destruya el capitalismo y abra paso a la emancipación de la clase trabajadora.
Ello supone la lucha por un horizonte de sociedad socialista, que nada tiene
que ver con los gobiernos de partidos autoproclamados socialistas.
Si desde el interior de la bestia, la empresa, la
lucha se hace especialmente difícil por la represión empresarial que ello
entraña, puede ser el momento de complementar la
debilitada acción sindical con
la lucha de fuera hacia dentro.
Cercar a la empresa capitalista mediante un
ejercicio de señalamiento de la figura empresarial como el auténtico origen de
dolor que sus gobiernos causan a nuestra clase, criminalizando y estigmatizando
socialmente la figura de los empresarios, evidenciando las relaciones entre
negocios y política de Estado, protestando ante las puertas de las grandes
corporaciones, volviendo a hacer sindicalismo con el panfleto en la mano y la
toma de contacto con la clase trabajadora a la salida de los centros de
trabajo. Ese puede ser un camino a explorar que el ciudadanismo, la basura ideológica
del “bien común” y el “capitalismo humano”, el interclasismo en la dirección de
las luchas y las propuestas de maquillaje de las instituciones burguesas
-listas abiertas, ILPs, referéndums, leyes de transparencia, procesos
constituyentes y demás sucedáneos que no incorporan una movilización para
derrotar al capitalismo y a la naturaleza de clase de sus Estados- tratan de
evitar con un bucle recurrente de protesta destinado a impedir que la clase
trabajadora ocupe el centro del escenario de las luchas.
Eso o que el capitalismo se dé la alternativa a sí
mismo a través del fascismo y de una derrota de histórica de nuestra clase de la que tardaremos muchas generaciones en recuperarnos.